A este blog irán llegando las hojas sueltas de mi cuaderno personal de jazz y otros temas afines

martes, 21 de mayo de 2013

Spleen de jazz: Umbral, Senghor y la negritud




Hasta las páginas de la recopilación de artículos de Francisco Umbral “Spleen de Madrid/2” (1982. Ediciones Destino) es posible acercarse con la vocación del que busca mirarse a sí mismo a través de la lúcida mirada del otro, del que aspira a vislumbrar en su entorno una novel realidad refractada por el cristal fronterizo y poliédrico del periodismo literario, del que se afana por eslabonar su pensamiento con la voz familiar que nos invita a dialogar siempre dentro de los márgenes de lo personal e intransferible:


“El artículo es el solo de violín de la literatura entre la multitud tipográfica del periódico, y el artículo no ha muerto, sino que está cada día más al día y es más buscado, porque a medida que el tiempo y los “mass/media” se impersonalizan, el lector busca más fincadamente el diálogo directo y mudo con una persona/personalidad que ya conoce, para asentir o disentir. El hombre siempre busca al hombre”.

[Francisco Umbral “Spleen de Madrid/2”. Prólogo, pág. 10]


Y es un diálogo directo y mudo sobre el jazz y la negritud el que podemos entablar con Umbral bajo los códigos comunicativos de su muy peculiar “spleen”, género híbrido que hunde sus raíces en el cruce de las vías lírica y homilética:

“Al jazz no lo traen, sino que vuelve por sí mismo, al margen de semanas y convenciones, reptando con sus serpientes buenas de plata triste y llorando ronco con su voz larga de Armstrong a tope (…) Le he dicho a Pilar Barinaga que me ponga algo de Armstrong, ella que tiene los armarios reventones de toneladas de música, algo de Lionel Hampton, de Glenn Miller, de Duke Ellington, de Benny Goodman, algo de alguien, y, efectivamente, jazz blanco o negro, la melopea de nuestro siglo, el saxo y la trompeta, los cielos huidizos de Goodman, me prolongan la noche hasta el pasado. El rock es el ruido y la furia de una raza maldita: la juventud. El jazz, sin ruido y sin furia, es el suspiro inspirado de otra raza maldita, la negra, que he encontrado muy integrada en Harlem, con sus casas repintadas y compradas al propietario por la familia. Pero ya sabemos que “la negritud” del poeta/político Leopold Senghor, en la que creyó hasta Sartre, brindándole una filosofía y una mística, ya sabemos que la negritud, digo, no es sino una estilización artística y mentirosa de lo negro”.

[Francisco Umbral "Spleen de Madrid/2"“El jazz”, págs. 139-40]


De la mano del propio Leopold Senghor, poeta, intelectual y primer presidente del Senegal libre, adentrémonos pues, con nuestros ojos occidentales bien abiertos, por los enrevesados vericuetos –reales o imaginados, en bruto o estilizados- de la negritud, en pos de bosquejar, siquiera con torpes pinceladas blancas, algunos de los contornos de la filosofía, cosmovisión y sensibilidad artística del continente negro:

“Con frecuencia se ha dicho que el negro es el hombre de la naturaleza. Por tradición vive del suelo y con el suelo, en y con el cosmos. Es sensual, un ser con los sentidos abiertos, sin intermediario entre sujeto y objeto; es él a la vez sujeto y objeto. Es, ante todo, sonidos, aromas, ritmos, formas y colores; yo diría que es tacto, antes de ser vista como los europeos blancos. Siente más de lo que ve; se siente a sí mismo. En sí mismo, en su propia carne, donde recibe y siente las radiaciones que emanan de cada objeto existente. Estimulado, responde a la estimulación, y se abandona, yendo de sujeto a objeto, del Mí al Tú en las vibraciones del Otro; no está asimilado: se asimila a sí mismo con el otro, lo cual es el mejor camino hacia el conocimiento. El negro, por tradición, no está desprovisto de razón, como se supone que dije. Pero su razón no es discursiva: es sintética. No es antagonista: es comprensiva. Constituye una forma diferente de conocimiento. La razón del negro no empobrece las cosas, no las moldea según normas rígidas eliminando las raíces y la savia: fluye en las arterias de las cosas, se identifica con los contornos para habitar el corazón viviente de la realidad. La razón blanca es analítica mediante la utilización; la razón negra es intuitiva mediante la participación. Esto indica la sensibilidad del hombre de color, su poder emocional. Gobineau define al negro como "el ser mas enérgicamente afectado por la emoción artística". Porque lo que afecta al negro no es tanto la apariencia de un objeto cuanto la realidad profunda de éste, su superrealidad; no tanto su forma como su significación. El agua lo conmueve porque fluye, fluida y azul, especialmente porque limpia, y por sobre todas las cosas porque purifica. La forma y el significado expresan la misma realidad ambivalente. No obstante se acentúa el significado, que es la significación de lo real, ya no utilitario sino moral y místico, un símbolo. Es interesante que los eruditos contemporáneos afirmen la primacía del conocimiento intuitivo por "simpatía". "La más bella emoción que podemos experimentar es la emoción mística. Allí yace la semilla de todo el arte y de toda la ciencia real.”

[“Las leyes de la cultura africana”. Fragmentos de una conferencia pronunciada en 1956 por Leopold Senghor en la Primera Conferencia de Escritores y Artistas Negros]


A lomos del poderoso verso de Senghor retomemos la senda fundacional del jazz, estremezcámonos con la primigenia música de la pasión y del espíritu articulada en la garganta grave y percutida en la tersa piel de la mujer negra, corporeización simbólica de una raza ancestral:

MUJER NEGRA

¡Mujer desnuda, mujer negra
Vestida de tu color que es vida,
de tu forma que es belleza!
He crecido a tu sombra;
la suavidad de tus manos vendaba mis ojos.
Y en pleno verano y en pleno mediodía,
te descubro.
Tierra prometida desde la alta cima de un puerto calcinado,
tu belleza me fulmina en pleno corazón,
como el relámpago del águila.
Mujer desnuda, mujer oscura,
fruto maduro de carne tersa,
sombrío éxtasis del vino negro,
boca que haces lírica mi boca,
sabana de horizontes puros,
sabana estremecida
bajo caricias ardientes del viento del Este.
Tam-tam esculpido, tam-tam terso
que ruges bajo los dedos del vencedor.
Tu voz grave de contralto
es el canto espiritual de la Amada.

[Poema perteneciente a “Cantos de sombra” (1945), primer libro de poesía de Leopold Senghor]


Por último, os invito a disfrutar de una verdadera joya del jazz, “Jammin' the Blues”. Se trata de una pequeña “jam session” de unos 10 minutos filmada en 1944 por Gjon Mili, en la que tomó parte una destacada congregación de prominentes músicos: Lester Young, Red Callender, Harry Edison, Marlowe Morris, Sid Catlett, Barney Kessel, Jo Jones, John Simmons, Illinois Jacquet, Marie Bryant, Archie Savage y Garland Finney. Gordon Hollingshead, productor de la filmación, fue nominado al Oscar en la categoría de “Best Short Subject, One-reel”. En 1995, The Library of Congress seleccionó “Jammin' the Blues” para su conservación en el United States National Film Registry por razón de su “trascendencia cultural, histórica y estética”.








jueves, 7 de julio de 2011

Armstrong en París


Puesto que nos encontramos en los primeros días del mes de julio, creo necesario comenzar explicando que, a pesar de sus incontestables y consecutivos triunfos en el Tour de Francia, el ciclista estadounidense Lance Armstrong nunca fue santo de mi devoción deportiva; quedará de esta manera claro que en el título de esta entrada me refiero al mismo París donde culmina la famosa ronda ciclista, pero a un Armstrong bien distinto del incombustible tejano, aunque a la sazón compatriota suyo. Ayer día 6 de julio se cumplían 40 años del fallecimiento de Louis Armstrong. Oí casualmente la noticia en la radio, a la que había recurrido para tratar de amenizar algo el visionado en televisión de una de esas etapas rutinarias del Tour a las que llaman “de transición”. La asociación inmediata de ambas ideas me llevó hasta el magnífico doble CD de la serie “Jazz in Paris” del sello Gitanes “Louis Armstrong: The Best Live Concert”. Se trata de la grabación en directo del memorable concierto que el trompetista de New Orleans, flanqueado por sus All Stars, ofreciese un 4 de junio de 1965 en el Palais des Sports parisino, ante un público literalmente rendido a sus pies. En el libreto del CD el crítico Alain Tercinet describe con nitidez en unas pocas líneas (que traduzco aquí), algunas de ellas pronunciadas por el mismo Armstrong, el idilio que músico y ciudad mantuvieron durante muchos años: “ ‘Cuando dejé Londres rumbo a París aquel verano, necesitaba tomarme un descanso. Había cumplido con todos mis compromisos en Inglaterra, así que decidí quedarme holgazaneando por París tres o cuatro meses. Me lo pasé muy bien con los músicos americanos que hasta allí llegaban de visita y con los franceses también, y di unos cuantos conciertos por aquí y por allá’. La historia de amor entre París y Louis Armstrong había comenzado: le encantaban sus restaurantes y los pequeños bistros con mesas en la calle del barrio de Pigalle, y nunca olvidaría que París lo trató como a un artista, en lugar de mirarlo por encima del hombro como a un showman”.

Otro enamorado de París, Ernest Hemingway, escribió en “A Moveable Feast” (“París era una fiesta”) lo siguiente: “París no parece tener fin y la memoria de cada uno de los que allí han vivido es distinta de las de los demás. París siempre merecía la pena y siempre te devolvía todo lo que a ella tú traías”. Resulta evidente que Louis Armstrong trajo a París arte por arrobas y, como explicaba antes Tercinet, la ciudad del Sena le devolvió su incuestionable entronización como artista verdadero, en las antípodas del “negro gracioso con trompeta” moldeado por el racismo estadounidense de guante blanco. 40 años después de que Armstrong se uniese a la marcha de los santos, porque quería ser uno de ellos (“When the saints go marchin’ in, I want to be in their number”), otro genio norteamericano, Woody Allen, ha traído sus mejores esencias filmícas a la capital francesa y ésta le ha devuelto la espléndida “Midnight In Paris”. Aunque aún no he visto la película, les he concedido un préstamo a fondo perdido a mis correligionarios allenianos, de los que me fío, que sí han tenido ya la dicha de verla y me hablan maravillas de ella.


Louis Armstrong & Tyree Glenn: Volare (En directo en París, 1965)



Louis Armstrong: When It’s Sleepy Time Down South / C’est si bon (En directo en Nueva York, 1962)



Louis Armstrong: Up A Lazy River / Tiger Rag / Rockin’ Chair / When The Saints Go Marchin’ In (En directo en el Festival de Jazz de Newport, 1958)

domingo, 6 de marzo de 2011

Saliste de un sueño




Escucho en un programa radiofónico una magnífica actuación, grabada en el mes de julio de 1988 en el mítico Village Vanguard de Nueva York, del trombonista de trombonistas J.J. Johnson. Incluye en su repertorio el clásico ‘You Stepped Out Of A Dream’, del que él mismo ya había registrado otra gran versión en 1958, formando parte del espectacular elenco de ‘jazzmen’ que acompañaban al saxofonista Sonny Rollins en su álbum ‘Vol. 2’ para el sello Blue Note. El diálogo entre el saxo tenor de Rollins y el trombón de Johnson con que se abre el tema es sencillamente maravilloso. Este estándar nos traslada al glamuroso universo de los musicales clásicos de Busby Berkeley y, en concreto, a la película ‘Ziegfeld Girl’ (Robert Z. Leonard, 1941), que evoca el ambiente de los famosos musicales Ziegfeld Follies de Broadway, que estaban inspirados, a su vez, en el renombrado Folies Bergère de París. En dicha película, el actor y cantante Tony Martin interpreta ‘You Stepped Out Of A Dream’ (con música de Nacio Herb Brown y letra de Gus Kahn), en una exuberante escena de coro de Ziegfeld Follies dirigida musicalmente por Busby Berkeley. Entre las espectaculares bailarinas que salen del sueño y descienden por las amplias escalinatas se encuentra una jovencísima Lana Turner. Sin embargo, mientras escuchaba las cálidas notas del trombón de J.J. Johnson, a quien vi salir de un sueño en mi mente fue a la gran bailarina Cyd Charisse, en una famosa escena de ‘Singin’ In The Rain’ (Stanley Donen / Gene Kelly, 1952) [esta escena puede verse en: http://www.youtube.com/watch?v=rc16m2B2K1g]. Cyd Charisse, en un escenario onírico, desnudo, diríase que daliniano, parece salir de un sueño y baja unos difuminados escalones, lejanamente evocadores de los otrora ampulosos del Ziegfeld Follies, para regalarnos un bellísimo e intimista número de baile junto a Gene Kelly. No es de extrañar que ‘I Stepped Out Of A Dream’ me trajese la imagen vívida de Cyd Charisse, pues siempre que la veo en una de sus maravillosas escenas musicales, me parece que haya salido de un sueño.



sábado, 5 de marzo de 2011

Un trompetista de quince años


En homenaje a Julio Verne y su espléndida novela “Un capitán de quince años” (de la que por cierto recuerdo ahora que nuestro simpar Jess/Jesús Franco realizó una adaptación cinematográfica con el mismo nombre en 1974), he decidido titular esta entrada “un trompetista de quince años”. Cedo en este momento la palabra a Antonio Muñoz Molina, quien en su magnífico y muy personal mosaico neoyorquino “Ventanas de Manhattan” nos traza el siguiente retrato de un jovencísimo músico callejero: “El trompetista se inclina, con una excesiva servicialidad de mayordomo, de mayordomo negro de película de los años treinta o cuarenta, cuando su maestro, Louis Armstrong, que era uno de los músicos mayores del siglo, sólo aparecía en el cine haciendo de criado o de cocinero. Dobla el cuerpo por la cintura, agradeciendo los aplausos, la mano derecha abierta sobre el corazón, toma el micrófono y explica que viene de Nueva Orleans, que tiene quince años, que se llama Rufus A. Powell (…) Busca en la cartera de cedés, pone uno en el discman, espera en pie sobre la tarima a que empiece a sonar la introducción del piano, y anuncia serio y servicial el título de la próxima canción: “Del gran maestro Duke Ellington”, dice, y se inclina un poco al pronunciar el nombre venerado, “su gran éxito Don’t get around much anymore”. Hace un largo solo de trompeta con una capacidad pulmonar digna del Louis Armstrong más joven, tan fuerte que las notas atraviesan en línea recta la plaza entera. Termina el solo, agradece el aplauso”. Creo que el mejor colofón para la deliciosa y entrañable microhistoria que nos ha regalado Muñoz Molina es escuchar a los propios Louis Armstrong y Duke Ellington interpretar el tema elegido por el trompeta quinceañero. El mismo se grabó precisamente en la ciudad de Nueva York en 1961, aunque no aparecería publicado en disco hasta 1963, en el mítico ‘Louis Armstrong & Duke Ellington: The Great Reunion’. En la foto que encabeza esta entrada, el joven actor Anthony Coleman como Louis Armstrong en un fotograma de ‘Louis’ (Dan Pritzker, 2010), una curiosa película muda moderna que refleja los comienzos musicales, siendo todavía un niño, del gran Louis Armstrong.

sábado, 19 de febrero de 2011

Recuerdos websterianos: ¡Cómo sopla este tío!


Tengo entre mis manos el disco número 43 de la serie Jazz Masters del sello Verve, dedicado al genio del saxo tenor Ben Webster. Cuando suenan los poderosos primeros acordes de 'Meet The Frog' se reavivan en mi memoria preciados recuerdos (pero dejemos tranquila por esta vez a la repostería proustiana). Un cada vez más lejano agosto, envuelto en una inmisericorde ola de calor (de las de 45º para arriba). Eternas tardes solitarias y ociosas después de laboriosas mañanas de prestación social sustitutoria (¡qué especie aquella la del objetor de conciencia, a la que pertenecía yo por aquel entonces, nacida ya casi extinguida!). Coincido en este servicio con un conocido y gran "interquerente" también (véase mi blog http://interquerencias.blogspot.com). Lo invito algunos días a comer a casa. Luchamos de esta manera juntos contra el aburrimiento: nuestras únicas armas, largas sobremesas de café, tertulia, cine y jazz. Un día, mientras nos movemos en nuestra charla de sofá desde los arcanos del universo borgiano a la sobrecogedora belleza visual de la decadencia del pueblo cheyenne plasmada, como sólo él podía hacerlo, por John Ford en "El gran combate", el último de sus westerns, le pongo a mi amigo el disco de Webster al que antes me refería. Tras apurar un sorbo de café hirviendo (en esto coincidimos también, aunque sea en agosto y a 45º, el café bien caliente) y antes de que a mí me dé tiempo de hablarle de mi devoción por el estilo sensualmente delicado del saxo que respira de Webster, le sale del alma un revelador "¡Cómo sopla este tío!".

Ben Webster, Charlie Shavers, Niels-Henning Orsted Pedersen en el Café Montmartre de Copenague (1971): Dirty Old Blues



Ben Webster, Oscar Peterson, Niels-Henning Orsted Pedersen en Hannover (1972): I Got It Bad And That Ain't Good

viernes, 18 de febrero de 2011

Dinah Washington y el swing cortazariano



En 1977 Julio Cortázar concedía a Joaquín Soler Serrano una extensísima entrevista, cercana a las dos horas de duración, en el mítico programa cultural "A fondo" de TVE. En el transcurso de la misma, al tratar de la relación del jazz con su obra literaria, el escritor afirmaba lo siguiente: "Mi trabajo de escritor se da de una manera en donde hay una especie de ritmo, que no tiene nada que ver con la rima y con las aliteraciones, no. Es una especie de latido, de swing, como dicen los hombres de jazz, una especie de ritmo que, si no está en lo que yo hago, es para mí la prueba de que no sirve". En el Festival de Jazz de Newport de 1958, los afortunados espectadores, captados para la posteridad en preciosas y evocadoras imágenes en color, pudieron disfrutar del latido, el swing y el ritmo con que la vocalista Dinah Washington "escribió", a la manera cortazariana y flanqueada, entre otros, por Wynton Kelly al piano y el excelso baterista Max Roach, una memorable versión del clásico "All Of Me".



jueves, 17 de febrero de 2011

Benditos malditos: Chet Baker & Art Pepper


Chet Baker y Art Pepper unen sus inmensos talentos interpretativos para regalarnos 'Minor Yours' (1956), un delicioso y vitalista tema compuesto por el propio Pepper, con un inconfundible sabor a West Coast Jazz. Benditos sean los 'malditos' del jazz.