Hasta las páginas de la recopilación de artículos de Francisco Umbral “Spleen de Madrid/2” (1982. Ediciones Destino) es posible acercarse con la vocación del que busca mirarse a sí mismo a través de la lúcida mirada del otro, del que aspira a vislumbrar en su entorno una novel realidad refractada por el cristal fronterizo y poliédrico del periodismo literario, del que se afana por eslabonar su pensamiento con la voz familiar que nos invita a dialogar siempre dentro de los márgenes de lo personal e intransferible:
“El artículo es el solo de violín
de la literatura entre la multitud tipográfica del periódico, y el artículo no
ha muerto, sino que está cada día más al día y es más buscado, porque a medida
que el tiempo y los “mass/media” se impersonalizan, el lector busca más
fincadamente el diálogo directo y mudo con una persona/personalidad que ya
conoce, para asentir o disentir. El hombre siempre busca al hombre”.
[Francisco Umbral “Spleen de Madrid/2”. Prólogo, pág. 10]
Y es un diálogo directo y mudo
sobre el jazz y la negritud el que podemos entablar con Umbral bajo los códigos
comunicativos de su muy peculiar “spleen”, género híbrido que hunde sus raíces
en el cruce de las vías lírica y homilética:
“Al jazz no lo traen, sino que
vuelve por sí mismo, al margen de semanas y convenciones, reptando con sus
serpientes buenas de plata triste y llorando ronco con su voz larga de
Armstrong a tope (…) Le he dicho a Pilar Barinaga que me ponga algo de
Armstrong, ella que tiene los armarios reventones de toneladas de música, algo
de Lionel Hampton, de Glenn Miller, de Duke Ellington, de Benny Goodman, algo
de alguien, y, efectivamente, jazz blanco o negro, la melopea de nuestro siglo,
el saxo y la trompeta, los cielos huidizos de Goodman, me prolongan la noche
hasta el pasado. El rock es el ruido y la furia de una raza maldita: la
juventud. El jazz, sin ruido y sin furia, es el suspiro inspirado de otra raza
maldita, la negra, que he encontrado muy integrada en Harlem, con sus casas
repintadas y compradas al propietario por la familia. Pero ya sabemos que “la
negritud” del poeta/político Leopold Senghor, en la que creyó hasta Sartre,
brindándole una filosofía y una mística, ya sabemos que la negritud, digo, no
es sino una estilización artística y mentirosa de lo negro”.
[Francisco Umbral "Spleen de Madrid/2". “El jazz”, págs. 139-40]
De la mano del propio Leopold
Senghor, poeta, intelectual y primer presidente del Senegal libre, adentrémonos
pues, con nuestros ojos occidentales bien abiertos, por los enrevesados
vericuetos –reales o imaginados, en bruto o estilizados- de la negritud, en pos
de bosquejar, siquiera con torpes pinceladas blancas, algunos de los contornos
de la filosofía, cosmovisión y sensibilidad artística del continente negro:
“Con frecuencia se ha dicho que
el negro es el hombre de la naturaleza. Por tradición vive del suelo y con el
suelo, en y con el cosmos. Es sensual, un ser con los sentidos abiertos, sin
intermediario entre sujeto y objeto; es él a la vez sujeto y objeto. Es, ante
todo, sonidos, aromas, ritmos, formas y colores; yo diría que es tacto, antes
de ser vista como los europeos blancos. Siente más de lo que ve; se siente a sí
mismo. En sí mismo, en su propia carne, donde recibe y siente las radiaciones
que emanan de cada objeto existente. Estimulado, responde a la estimulación, y
se abandona, yendo de sujeto a objeto, del Mí al Tú en las vibraciones del
Otro; no está asimilado: se asimila a sí mismo con el otro, lo cual es el mejor
camino hacia el conocimiento. El negro, por tradición, no está desprovisto de
razón, como se supone que dije. Pero su razón no es discursiva: es sintética.
No es antagonista: es comprensiva. Constituye una forma diferente de
conocimiento. La razón del negro no empobrece las cosas, no las moldea según
normas rígidas eliminando las raíces y la savia: fluye en las arterias de las
cosas, se identifica con los contornos para habitar el corazón viviente de la
realidad. La razón blanca es analítica mediante la utilización; la razón negra
es intuitiva mediante la participación. Esto indica la sensibilidad del hombre
de color, su poder emocional. Gobineau define al negro como "el ser mas
enérgicamente afectado por la emoción artística". Porque lo que afecta al
negro no es tanto la apariencia de un objeto cuanto la realidad profunda de
éste, su superrealidad; no tanto su forma como su significación. El agua lo
conmueve porque fluye, fluida y azul, especialmente porque limpia, y por sobre
todas las cosas porque purifica. La forma y el significado expresan la misma
realidad ambivalente. No obstante se acentúa el significado, que es la significación
de lo real, ya no utilitario sino moral y místico, un símbolo. Es interesante
que los eruditos contemporáneos afirmen la primacía del conocimiento intuitivo
por "simpatía". "La más bella emoción que podemos experimentar
es la emoción mística. Allí yace la semilla de todo el arte y de toda la
ciencia real.”
[“Las leyes de la cultura africana”. Fragmentos de una
conferencia pronunciada en 1956 por Leopold Senghor en la Primera Conferencia
de Escritores y Artistas Negros]
A lomos del poderoso verso de
Senghor retomemos la senda fundacional del jazz, estremezcámonos con la primigenia
música de la pasión y del espíritu articulada en la garganta grave y percutida
en la tersa piel de la mujer negra, corporeización simbólica de una raza
ancestral:
MUJER NEGRA
¡Mujer desnuda, mujer negra
Vestida de tu color que es vida,
de tu forma que es belleza!
He crecido a tu sombra;
la suavidad de tus manos vendaba mis ojos.
Y en pleno verano y en pleno mediodía,
te descubro.
Tierra prometida desde la alta cima de un puerto calcinado,
tu belleza me fulmina en pleno corazón,
como el relámpago del águila.
Mujer desnuda, mujer oscura,
fruto maduro de carne tersa,
sombrío éxtasis del vino negro,
boca que haces lírica mi boca,
sabana de horizontes puros,
sabana estremecida
bajo caricias ardientes del viento del Este.
Tam-tam esculpido, tam-tam terso
que ruges bajo los dedos del vencedor.
Tu voz grave de contralto
es el canto espiritual de la Amada.
Vestida de tu color que es vida,
de tu forma que es belleza!
He crecido a tu sombra;
la suavidad de tus manos vendaba mis ojos.
Y en pleno verano y en pleno mediodía,
te descubro.
Tierra prometida desde la alta cima de un puerto calcinado,
tu belleza me fulmina en pleno corazón,
como el relámpago del águila.
Mujer desnuda, mujer oscura,
fruto maduro de carne tersa,
sombrío éxtasis del vino negro,
boca que haces lírica mi boca,
sabana de horizontes puros,
sabana estremecida
bajo caricias ardientes del viento del Este.
Tam-tam esculpido, tam-tam terso
que ruges bajo los dedos del vencedor.
Tu voz grave de contralto
es el canto espiritual de la Amada.
[Poema perteneciente a “Cantos de sombra” (1945), primer
libro de poesía de Leopold Senghor]
Por último, os invito a disfrutar
de una verdadera joya del jazz, “Jammin' the Blues”. Se trata de una pequeña
“jam session” de unos 10 minutos filmada en 1944 por Gjon Mili, en la que tomó parte una destacada
congregación de prominentes músicos: Lester Young, Red Callender, Harry Edison,
Marlowe Morris, Sid Catlett, Barney Kessel, Jo Jones, John Simmons, Illinois
Jacquet, Marie Bryant, Archie Savage y Garland Finney. Gordon Hollingshead, productor de la filmación, fue nominado al
Oscar en la categoría de “Best Short Subject, One-reel”. En 1995, The Library
of Congress seleccionó “Jammin' the Blues” para su conservación en el United States
National Film Registry por razón de su “trascendencia cultural, histórica y
estética”.